lunes, 6 de abril de 2020

Let's talk about LOVE


Un día mi primer novio, Roque, me trajo de Barcelona dos regalos: una camiseta de Love y el Forever Changes. Y me dijo: Toma, tu próximo disco preferido.

Curiosamente, los momentos que más he idealizado y tatuado en mi memoria, son aquellos que reflejan la cotidianeidad del día a día. No soy capaz de memorizar de forma tan vívida los grandes gestos, las expresiones grandilocuentes de amor o de amistad. Y por eso tengo este recuerdo de hace doce años, cuando un día tan normal como corriente, nos tiramos en el sofá a escuchar mi supuesto disco favorito del futuro.

A estas alturas, de hecho, ya conocía a Love bastante bien. Los descubrí en el recopilatorio de los Nuggets, que nutrió mi biblioteca musical durante gran parte de mi adolescencia, con 7 & 7 is, canción me voló la cabeza la primera vez que la escuché. Desde entonces, había escuchado los primeros discos de Love y alguno de los posteriores a Bryan Mac Lean, y por alguna razón o despiste me salté el disco más popular de su carrera y uno de los más aclamados de la música contemporánea (ese serpenteo no es raro en mi: si no hubiera crecido con los Beatles y los hubiera descubierto más tarde, probablemente habría empezado con Helter Skelter).

En todo caso, escuché el disco por primera vez y no lo entendí. “¿Y estas orquestas?” “Oye, ¿esto no te suena mariachi?” “Uff, la segunda canción es una pasada.” Me cuesta reconocerlo ahora, pero la verdad es que no me gustó.

Hay varias formas de enamorarse. Está el enamoramiento rápido, que surge a primera vista y a base de un bombardeo en el que todo es muy intenso desde el principio, abocado a salir o muy bien o muy mal; y el enamoramiento cocinado a fuego lento, que evoluciona gradualmente, sin esperar absolutamente nada más allá de una amistad en un primer momento, sin más expectaciones ni expectativas, pasando paulatinamente a convertirse en algo más profundo. Como en “Cuando Harry Encontró a Sally”.

Y, así, a fuego lento, cociné mi amor por el Forever Changes. Sin darme cuenta me conquistó de una forma implacable y se convirtió, efectivamente, en mi disco preferido. Es cierto que no era tan macarra como los discos que acostumbraba a escuchar por entonces, ni la voz de Arthur Lee era tan rasgada, tan genuina como en Everybody’s Gotta Live. También es cierto que, aun teniendo en cuenta que tenía unos gustos bastante eclécticos entonces, ineludiblemente se alejaba de todos los canones de la música que escuchaba en esos momentos: nunca había disfrutado especialmente de la guitarra clásica (salvo cuando la tocaba Steve Howe, ahí si), ni siquiera me gustaban todos los temas. Pero, a pesar de haberlo puesto una y otra vez durante tantos años, todavía escucho las canciones y descubro matices nuevos. El Forever Changes cambió definitivamente mi forma de ver el Rock y me abrió un nuevo mundo a nivel creativo, porque jamás habría pensado que un disco así pudiera colarse en mitad de la carrera artística de un grupo de Rock Psicodélico.

Love no es el grupo más compacto de la historia del Rock: de hecho, los últimos discos son muy buenos y hay momentos brillantes, pero no son, al contrario que los primeros, redondos. Sorprende, al buscar una cohesión cronológica, que estos discos se escribieran después del Forever Changes, porque a pesar de ese giro de 360 grados seguían siendo un grupo de rock psicodélico, quizá con una mayor tendencia al blues rock, pero con una consistencia en cuanto a calidad menor que en los años sesenta. Por otra parte, esos momentos brillantes eclipsan de una forma tan apabullante el resto del material que merece la pena concederles esta prerrogativa.

Una importante razón, es que después del Forever Changes, el único miembro de la formación original que quedaba era Arthur Lee. A saber qué habría sido de Love si Bryan Mac Lean no se hubiera ido… 


La anécdota: El guitarrista de The Everlasting First es Jimi Hendrix, conocido admirador de Arthur Lee.




Cinco años más tarde, mi grupo y mi camiseta preferidos eran los mismos, pero el novio no. De pura casualidad, el novio de entonces me regaló otro disco de Love, el Blue Thumb Recordings, que todavía sigue dando vueltas en mi coche. Le di las gracias, le sonreí, y, sin dar más explicaciones, le reconocí que me había enamorado de él de la misma forma que me enamoré en su momento del Forever Changes.


lunes, 22 de octubre de 2018

Careful what you wish for


Durante mi época universitaria viví en una residencia en la que mataba mi tiempo libre y mi exceso de energía en el gimnasio. Era un zulo improvisado con dos máquinas de correr, dos bicis y un par de sets de pesas en un bajo sin ventanas. Durante cincuenta minutos desafiaba a la Ana del día anterior y escuchaba música en mi viejo iPod de 8 gigabytes a todo volumen.

Fue en esa época en la que descubrí a Gentleman Jesse, a Reigning Sound, Jay Reatard, The Oblivions, The Strange Boys y a los Black Lips entre otros: música reciente que me daba esperanzas en que el Rock seguía vivo y que, después del disgusto de haberme quedado sin ver a Love y a Arthur Lee en Málaga justo antes de morir, aún podría disfrutar de ver algún concierto de gente joven, capaz, y con energía.

Recuerdo haber visto la portada del primer disco de Gentleman Jesse en un blog y que se me viniera a la mente el This Year’s Model de Elvis Costello. No sé ni siquiera si leí la reseña, pero el habérseme cruzado Costello por la cabeza fue determinante para hacerme con el disco enseguida.













 No fue el destino ni había que ser un genio para encontrar el paralelismo entre ambas portadas: la de Jesse es un calco de la de Costello


Y varios días a la semana escuchaba el disco de Gentleman Jesse de principio a fin en mi máquina de correr. No es que fuera mi actividad preferida ni de lejos, pero era lo único que una estudiante de veintidós años podía permitirse: correr en un zulo sin ventanas.

En esos cincuenta minutos había días que escuchaba el disco y reflexionaba sobre cualquier preocupación de veinteañera que me rondara por la cabeza, que en esa época eran de este estilo: el no saber si estaba estudiando lo que quería, la oscura perspectiva laboral que teníamos los que entrábamos en el mercado en plena crisis económica, mi relación del momento… Todos mis pensamientos estaban regados de una incertidumbre y una inseguridad que, a pesar de todo, a esa edad, me veía absolutamente capaz de afrontar. Otros días que me sentía especialmente furiosa, o intensa, enchufaba el Blood Visions de Jay Reatard y directamente ponía mi mente en blanco. Esa descarga de adrenalina era necesaria y, reconozco que Memphis y Atlanta jugaron un papel clave en mis últimos años de carrera.

Unos ocho años después, ayer, sábado 20 de octubre de 2018, me encuentro ante la máquina de correr de nuevo. Esta vez parece que he evolucionado: estoy en un gimnasio de alto standing (comparado con el zulo) con vistas a mi ciudad, y con un móvil bastante decente con el que puedo escuchar música.

Por un simple twist of fate, me encuentro en mi lista de reproducción el Leaving Atlanta de Gentleman Jesse and His Men, de 2012. Como siempre yo tan práctica, recuerdo que según lo lanzaron compré el vinilo (sin tocadiscos a mano, esperando a llegar a casa de mis padres a 1.500 kilómetros para escucharlo tranquilamente), que venía con una clave de internet para descargarlo. Me valía así.

En el primer disco (Gentleman Jesse and His Men, 2008), la mayor parte de las canciones invitan a fiesta y hablan de chicas, las líneas de guitarra se persiguen alegremente y los estribillos son contundentes ejemplos de power-pop. Sólo puedes pensar en la cantidad de veces que habrán escuchado a Paul Collins y a Nick Lowe tirados en un viejo sofá de un garage.

Pero en Leaving Atlanta algo cambia. Este nuevo proyecto de primeras suena más nítido (y no es solo porque mi móvil suene mejor que mi viejo ipod), y mediante las letras se detectan fácilmente la ira y el abatimiento. Definitivamente, es un disco más maduro - si bien se mantiene la espontaneidad y la frescura del primer disco “¡Hey! ¡Seguimos haciendo Power Pop!”, Gentleman Jesse ha evolucionado y esperan que nosotros lo hagamos con ellos, y abren paso a una dimensión distinta conservando su esencia. Aun así, recuerdo sentir cierta confusión al escucharlo por primera vez, y a pesar de ello, me enganchó al instante.

Así que ahora estoy yo, la Ana del presente, en mi sofisticada máquina de correr con televisión incluida y mi iphone de última generación, escuchando el segundo disco de mis queridos Gentleman Jesse.

Según empiezo a dar mis primeros pasos soy consciente del deja vu y sonrío, mientras sigo avanzando hacia la nada que me ofrece esa cinta que se mueve incesantemente a nueve kilómetros por hora. ¿Cuántos años llevaré sin escuchar este disco? Deben ser varios, porque según suenan los primeros acordes de Eat You Alive siento esa extraña excitación que evoca el recordar una situación remota pero perfectamente reconocible, algo así como cruzarte en la calle con alguien que lleva ese perfume que rememora un momento determinado, algo especial.

Según pasan las canciones, voy sintiéndome parte de Jesse y sus chicos al verme reflejada en el abatimiento que una ciudad puede causarte, en las circunstancias que hacen que durante una larga temporada te acomodes en la desidia generada por el aburrimiento del día a día, la falta de motivación o de actividad, o, quizá simplemente por giros del destino que, a priori, parece que van en dirección contraria a aquellos objetivos por los que has estado trabajando día a día todos estos años. Y por un momento me retrotraigo a 2010 y vuelvo a tener veintidós años.

Y sigo corriendo en mi máquina con dirección a ninguna parte. Y pensando en escribir esto según llegue a casa, y en lo absurdo que me parece que después de seis años sin publicar en mi blog, la primera reseña sea sobre el gimnasio. Y en si dentro de ocho años, volveré a encontrarme con Gentleman Jesse y mi estilo de vida será aún más sofisticado, pero la incertidumbre seguirá ahí. Y, finalmente, acabo llegando a la conclusión de que lo que verdaderamente echo de menos, y lo que necesito, es escribir para expresarme. Perder unas horas decidiendo cómo contar algo. Por muy banal que sea el tema.

Como correr.



Aqui la Ana de veintidós años con "His Men", la otra mitad de Gentleman Jesse. ¿Y Jesse? Sacando la foto

jueves, 27 de diciembre de 2012

PURPLE WEEKEND 2012




Debido a que llevo meses y meses sin internet, mi reseña sobre el Purple Weekend 2012 llega unas semanas tarde, pero no quería quedarme sin mencionar nada acerca de este fantástico evento.



"Hemos venido desde Madrid para ver un concierto de Gentleman Jesse"


Lo que nunca me habría imaginado, ni hace cuatro años cuando me hice con su primer disco, ni esa misma mañana, es que esa misma frase se la estuviéramos diciendo a ellos, a los mismos Gentleman Jesse y a sus hombres, a la salida del hotel donde nos estábamos quedando nosotros... y también el grupo. Y no era para menos, cuando realmente ibamos al Purple Weekend para ver su primera actuación en España, la primera actuación de los reyes del power pop actualmente, de uno de mis grupos preferidos, de quienes, a diferencia de otros grupos a quienes en algun momento he venerado de la escena de garage actual, aun no me han decepcionado ni un poco. Los dos discos que han sacado son una maravilla, y el mérito realmente es que era verdaderamente dificil mantenerse al nivel del primero. Y en Leaving Atlanta, quizá no pudieron superarlo, pero si hacer otro disco redondo, manteniéndose fieles a su estilo pero no calcando la misma fórmula, sino añadiendo un poco más de rabia, madurez, y unas letras que calcaban la decepción y la rabia, entre otros, a la perfección. Como leí en una reseña sobre ellos hace poco, Leaving Atlanta es como el Darkness de Bruce Springsteen: pesimista pero con ansias de salir adelante, a pesar de las adversidades.



Los trescientos kilómetros que hicimos para llegar parecían nada para el cambio radical que vivimos al pisar León. El ambiente navideño, las vespas y las parkas inundaban la ciudad, no se veía otra cosa. Gente de todas las edades: mods con sus hijos pequeños bailando los Nuggets, tiendas de discos con todos los Back from the Grave y la discografía completa de los Monks, cerveza barata y tapas de calidad... viniendo de Madrid era como estar de visita en el paraíso, lo cual hacía aun más especial nuestra visita al Purple Weekend, que tenía un claro objetivo.




The Kik



El cartel de este año era una maravilla. El jueves habían tocado The Kik, una banda holandesa de beat con riffs pegadizos, fáciles y melodías contundentes, muy british invasion con una fuerza extraordinaria... que cantaban en holandés. Lo que a priori es un handicap enorme, deja de serlo al descubrir la calidad tan grande que tienen en directo, lo divertidos que son, y la gran puesta en escena que tienen, con dos guitarristas intercambiandose el papel de frontman y metiendo al público en el concierto, animándonos a cantar, sin excederse en palabrería, haciendo que ninguno de los espectadores pudiéramos parar en ningun momento, incluso deleitándonos con una versión del Soon You'll be Leaving Me de los Roulettes (en holandés también, alucinante) que hizo que me enamorara de ellos al momento. Luego vinieron los Rezillos, y qué decir de ellos... un directo brutal, corto pero intenso, con el único pero gran fallo del sonido, y eso que estabamos en primera fila.

Después de los conciertos de ese día, hubo un "allnighter" en un pub cercano, donde estaban bailando The Kik trajeados, y Gentleman Jesse and his Men a pocos pasos de nosotros, tal y como siempre he imaginado que ocurre en cualquier pueblo de Estados Unidos, en sitios como Memphis, o Atlanta, o Boston, donde hay bastantes grupos de garage y es posible encontrar a algunos de sus componentes bebiendo cerveza a tu lado (o sirviéndotela). Privilegios de que no haya enormes masas de fans persiguiendo a nuestros grupos preferidos.

Unas tapas, litros de cerveza y algunas compras y, casi sin darnos cuenta, ya llegaba el segundo día. Antes de marcharnos, saludábamos al guitarrista de los Rezillos que se estaba quedando en la misma planta de nuestro hotel, como si lo conociéramos de siempre. El primer concierto fue de Bart Davenport con un grupo de Barcelona, "Biscuit", que interpretaron un disco de The Jam, el Sound Affects. El grupo era bueno, y Davenport no tenía una misión sencilla, pese a lo cual estuvo a la altura, pero no soy muy amante de ese disco. Aun así, el directo impecable.




Y luego, por fin! Gentleman Jesse aparecía con su preciosa Rickenbacker y sus hombres se preparaban para empezar. Por fin, después de cuatro años esperándolos estaban aqui. Abrieron con Leaving Atlanta y alternaron temas del disco nuevo (casi todos) con los del primero. Se notaba que no eramos los únicos que estaban ahi por ellos: el público estaba eufórico, el recinto estaba lleno. Y no era para menos, es imposible que alguien haya salido defraudado, la espera mereció la pena, estuvieron a la altura de las expectativas, ya que tuvieron un directo brutal, con un setlist planeado a la perfección. Y en persona son geniales. No podía haber sido mejor.



Después le toco el turno a los cabeza de cartel del día, los Mockers, que reaparecían tras cuarenta años, con un nuevo disco en los brazos. Desgraciadamente, me decepcionaron ligeramente: muchos temas del disco nuevo, mucho homenaje, mucha emoción, muchas palabras que en mi opinión, acabaron con el climax que habían alcanzado Gentleman Jesse y Bart Davenport. No había escuchado los temas del disco nuevo, pero había demasiados errores en los clásicos, sonaban bastante oxidados. Quizá es algo que se solucione con más conciertos.


Y ahi acabó nuestra odisea. No vimos a Roky Erickson por una cuestión de presupuesto, quizá algo imperdonable y de lo que nos arrepintamos en un futuro. Pero ya tendremos otras ocasiones, porque visto lo visto... el Purple Weekend is here to stay!



viernes, 22 de junio de 2012

Bruce Springsteen Madrid (17 jun 2012)

"We know what you guys go through to be there. Makes us work twice as hard." Steve van Zandt, 20/06/2012



La mayoría de nosotros hemos crecido oyendo batallitas sobre enormes, multitudinarios y míticos conciertos que han pasado a la historia del rock and roll. Revisitándolos en DVD, o incluso pegados a una pantalla de 15 pulgadas, hemos soñado con asistir a un Monterey, a un Woodstock, a un concierto de los New York Dolls en el CBGB... lo que fuera. Damos por hecho que ir a un concierto de rock hoy en día resulta algo "descafeinado", a pesar de que algunas reliquias del pasado sigan tocando con la mayor energía que puedan dar o hayan surgido nuevas bandas (revival, en su mayoría) de muy buena calidad. Hemos ganado en accesibilidad, pero no en autenticidad.

Pero ocurrió algo diferente el pasado 17 de junio de 2012. Bruce Springsteen y la E Street Band tocaban en Madrid, y por supuesto, ahí estábamos nosotros (concretamente, un día antes por la mañana, para tener una de las pulseras que nos permitirían ver el concierto desde la tercera fila)








Es alucinante ver la cantidad de gente que venía al concierto y quería hacerse con los mejores sitios. Lo más increíble era hablar con algunos que habían ido a veinticinco, a setenta, a ciento y pico conciertos, o habían seguido toda su gira europea. Al principio lo comentas con tus amigos: "uff, qué locura, eso ya es excesivo". Pero luego te das cuenta y eres consciente de que pocos artistas (quizá ninguno) pueden ofrecer la intensidad y la calidad que ofrece un concierto de Bruce Springsteen.

Después de horas y horas esperando, el único momento insufrible es la última media hora de espera: estar de pie, con muchísima gente alrededor a treinta grados y una sed terrible, no es nada comparado con la emoción de saber que de un momento a otro, aparecerá la banda por el escenario.

Y de repente, aparecen. Aunque hace dos minutos pareciera que no lo iban a hacer nunca. "Hello Madrid!", el público enloquece y suenan los primeros acordes de Badlands. Y apenas sin parar entre una canción y otra, suena No Surrender, una favorita para todos, y ya sabemos que esto no podía haber empezado mejor.
La dinámica de sus conciertos es siempre la misma: alternando canciones del nuevo disco con clásicos, unos más conocidos y otros menos, con la ya obligada presentación de la banda en My City Of Ruins, que en esta ocasión me pareció aun más emotiva que en el anterior concierto, recordando a los que ya no están (Clarence y a Federici)

"And you took my heart when you went away", ya entonces un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Si hay alguien que sepa emocionar, entretener, encantar e hipnotizar, es él.

Todos los conciertos de Bruce Springsteen tienen alguna sorpresa, algo diferente. Tiene un repertorio tan amplio que aunque no toque la canción que esperabas (ejem: Rosalita, Backstreets, Growin' up...), ningun setlist es igual a otro. Y en esta ocasión, se remontó a verdaderos forgotten oldies: nos quedamos a cuadros con Be True. Y con los descartes del Darkness on the Edge of Town: Spanish Eyes, una inesperada Because the Night - incluyendo un magnífico solo de Steven van Zandt - y... Talk to me.
Talk to Me fue una verdadera sorpresa, no sólo por ser una rareza sino por su acompañante en el escenario: Southside Johnny de los Asbury Jukes. Fue un momento terriblemente especial, con los dos actuando encima del escenario con una total camaradería de la que todos eramos partícipes, incluyendo una imitación de Barry White por parte de Bruce.

Madre mía, y lo que aun nos quedaba... Los temas del nuevo disco suenan cada vez más contundentes y mejoran con el tiempo, entre ellos Jack of All Trades, en el que tuvimos la oportunidad de ver un Santiago Bernabeu totalmente lleno e iluminando la enorme grada






Me resulta complicadísimo explicar que sentía en ese momento, al lado de mi hermano y de mi novio, todos mirando con caras de asombro y sin ser plenamente conscientes del gigante espectáculo que estábamos viendo.

Cuando ya han pasado dos horas y media de un concierto tan irrepetible y fuera de lo común por lo intenso y apasionado, estás acostumbrado a que por entonces ya haya acabado o esté a punto de acabar, no esperas que se siga manteniendo el nivel. Para un ser humano, resulta casi imposible imaginarlo, aunque, conociendo como funciona el patrón, sepas que aun falta que se enciendan las luces y empiecen los bises.
Pero en ese momento suena una armónica. The River no podía ser porque ya la había tocado. ¿The promised land? En esos diez segundos nos dio tiempo a especular, y la respuesta no podía ser mejor: Thunder Road, una versión tremendamente magnética y espectacular que todos estábamos esperando, es la que siempre esperas que toque pero no siempre cae. Y a nosotros nos cayó. Por entonces sabíamos ya que este concierto iba a ser mítico, que iba a cambiarnos la vida de alguna manera, que probablemente nunca volveríamos a tener el privilegio de acudir a un evento como este.

Habíamos bailado y nos habíamos divertido como nunca con Seven Nights to Rock, Twist and Shout o Talk to Me, nos habíamos emocionado con The River, que es siempre infalible, Thunder Road o una explosiva She's The One, nos habíamos emocionado con el homenaje a Clarence en Tenth Avenue Freeze Out, y le dimos el absoluto voto de confianza a su sucesor, su sobrino Jake, a quien ya le dediqué mi propia oda de devoción en mi anterior entrada. No es que hubiera sido un concierto completo, es que había rebasado todas nuestras expectativas. Ni el factor edad, ni que tardara media hora en llegar, ni la ausencia de Clarence fue un impedimento para alcanzar la perfección. Acostumbrados a pensar en los músicos de hoy en día como víboras que sólo piensan en ganar más y más dinero, cualquier propósito de trabajar más de lo exigido y dar el cien por cien de su potencial es visto como una auténtica rareza. Y ahí estábamos, ante una banda que nos estaba ofreciendo el concierto más largo de su historia.




"Ya esto no es lo que era", lo dicen nuestros padres, lo decimos nosotros que nos tenemos que conformar con el sonido de los altavoces de nuestros portatiles y una pantalla completa pixelada, lo dicen los propios músicos. Y sabemos que nunca vamos a poder revivir una gira Born in the USA en 1978, ni a Clarence Clemons, Danny Federici o a Keith Moon, pero, mientras haya aun músicos comprometidos, inagotables, y capaces de mover a las masas tal y como hace Bruce Springsteen y su E Street Band, tendremos suficiente.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Hello Gran Canaria!!

Hasta que no lo vimos no lo creímos. Durante la avalancha para comprar entradas para los conciertos que daría Bruce Springsteen este año en España, se empezó a correr el rumor de que quizá fuera a Las Palmas. Los periódicos de las islas lo anunciaban con temor, y nosotros, acostumbrados a las decepciones, al sí pero no, al "ahora no hay dinero para financiar algo así", los leíamos con respeto pero con algo de esperanza.

Cuando finalmente se confirmó, aun eramos escépticos, incluso aun con las entradas en la mano. De hecho, no lo asimilamos hasta el momento en el que realmente lo vimos aparecer.


                                          
foto: Jezoar Marrero

Y después de casi tres horas en barco desde Tenerife, diez más esperando y diversos cameos en la televisión autonómica, conseguimos nuestro objetivo: estar en primera fila. Pero aun no eramos conscientes de que no sólo iba a ser el concierto de nuestras vidas: también formaríamos parte de la leyenda del evento mágico que transformó a Canarias, que hace que aun hoy se hable de Bruce Spríntin (segun nuestras reporteras) y se siga hablando durante muchos meses más.

Asi que, armada con un rudimentario cartel en el que le pedía Rosalita, me busqué un sitio privilegiado entre dos personajes de distinta trayectoria pero misma camiseta: la del Born in the USA. Una de ellas, de veinte años, y que sólo conocía la canción llamada igual que el disco que llevaba "puesto"; la otra, una veterana que había ido a cuarenta y cinco conciertos en más de diez años.

Y con media hora de retraso, al fin apareció. Empezaron a sonar los primeros acordes de We take care of our own, y el público se volvió totalmente loco cuando Max Weinberg aporreó la batería - ahora sí que nos creíamos que el Boss estaba aqui. El setlist estaba, como era lógico, lleno de canciones del nuevo disco. Las opiniones están divididas en torno al Wrecking Ball, a mi me parece un buen disco, sobre todo porque hay varios momentos sublimes: la homónima Wrecking Ball, We Take Care of Our Own y la emotiva versión de Land of Hope and Dreams con Clarence. El resto de las canciones me parecen buenas, unas mejores que otras, pero en conjunto me parece un buen disco.
La sorpresa para mi fue Death to my Hometown, no me habría esperado en ningun momento que esa canción sonara tan contundente en directo, ni mucho menos que fuera de las mejores, con todos coreando la línea de la sección de vientos, que sonaban como gaitas. Fue verdaderamente emocionante.

Alternando con los nuevos temas, muchos temas clásicos. Para mi desgracia, ninguno de los dos primeros discos, con lo cual, no hubo Rosalita. Ni Thunder Road. Pero si hubo Bobby Jean y Out in the Street, dos de los temas en los que estaba especialmente expectante por Jake Clemons.



foto: Rolling Stone Larry Marano/Getty Images


Aunque Bruce decidió que en la gira hubiera una sección de vientos, para que el saxofonista no se sintiera abrumado por el duro papel de tener que sustituir a Clarence Clemons, este papel lo asumió Jake Clemons, su sobrino. Obviamente, su nivel técnico es altísimo, pero siempre cabe la duda: ¿tendrá buen feeling con la Band? ¿echaremos mucho de menos a Clarence? Nombraba antes Out in The Street y Bobby Jean porque tienen algunos de mis solos de saxo preferidos, y bien, la impresión que Jake me dio fue mejor de lo que me esperaba. No sólo estaba terriblemente activo encima del escenario, desinhibido pero sin alardes excesivos, demostrando respeto, no sólo a la banda y a Bruce, sino también a quien le precede. Y claro que echamos de menos a Clarence. Es inevitable. Pero Jake es algo mejor que un parche, es un soplo de aire fresco que hace mucho más llevadera su ausencia.

El concierto duró tres horas, y el setlist fue fantástico, aunque echara en falta algunas canciones, evidente teniendo en cuenta la cantidad de joyas que tiene.  Sonó una emotiva My City of Ruins, la potentísima Prove it All Night, Badlands, Two Hearts, Surrender (estas tres últimas rozaron la cúspide de la magia del momento), la inagotable Waitin' on a Sunny Day, donde no faltó la costumbre de sacar a cantar a una niña, dándole a los padres un motivo del que hablar durante las cenas de navidad de los próximos veinte años..
Y The River. Durante la cual tuve que hacer lo posible por llorar y cantar a grito pelado al mismo tiempo.

Por supuesto, no faltaron los himnos: Born To Run, Born in the USA después de muchísimo tiempo sin tocarla en Europa (os reto a adivinar qué pasó con la camiseta de la chica de al lado mio que sólo conocía esta canción), y Dancing in the Dark. Y el último tema: Tenth Avenue Freeze Out, en la que como homenaje a Clarence, fue interrumpida en cuanto Bruce dijo: "And the Big Man joined the Band". Sí, echamos de menos que el Big Man se manifestara a continuación, pero Bruce Springsteen y la E Street Band siguen en pie. Y si bien Jake no es su sustituto y, en fin, nunca será lo mismo sin él, no creo que pudiera haber una opción mejor para ocupar su lugar.

Nada falló ese extraño y mágico día que los canarios nunca olvidaremos.



Por favor, Rosalita. Come out en el concierto de Madrid

domingo, 6 de mayo de 2012

Radios Appear

Radio Birdman - Radios appear (1977)


Poco conozco de la escena musical australiana, pero dada la calidad de Radio Birdman, y muy en especial, de su disco debut, este Radios Appear, no cabe duda de que fueron su grupo emblema durante aquellos años de explosión del punk.

Radios Appear es un disco que describe claramente lo que es el proto punk, el punk, el rock & roll y el surf rock. Reminiscencias constantes a grandes grupos, una calidad musical envidiable, enganche, mucho enganche! e incluso algunos coletazos de ¿jazz? que eran bastante poco comunes en los sonidos de entonces.

Hay unas cuantas reediciones del disco, la mia es la más reciente, creo que de 2002. Como suele pasar con estas cosas, me he acostumbrado al orden con el que lo conocí, y ha sido extraño encontrarme con un Radios Appear de diez canciones en vez de quince y con un orden bastante diferente. ¡Y sin Aloha Steve and Danno, ese mítico tributo a Hawaii 5.0! Pero ha sido interesante ver cómo se planteó en un principio, y esa es la edición que voy a comentar, la original, la del '77.

Un grito gutural abre el disco, es, ni más ni menos una versión de TV Eye de los Stooges, por si teníamos alguna duda de las influencias de Radio Birdman. Dos guitarras, a cual más cruda, con solo de lo más guapo que empieza con una titubeante guitarra, mientras Rob Younger se desgañita la garganta.
El segundo tema es Murder City Nights, un clásico en su carrera, con un riff hiper melódico que es puro rock and roll revisited. Es surf, playa, olas - lo tiene todo. Vemos reflejados a MC5, a los Ramones, a Chuck Berry... es una auténtica maravilla.

No tengo ni idea del Oi!, pero siempre que escucho Anglo Girl Desire me viene a la cabeza: no sólo porque en si la canción es punk rock salvaje y crudo, pero las voces y los coros me recuerdan a lo que he escuchado de grupos como Cock Sparrer o lo poco que he escuchado de Sham 69. Al fin y al cabo, estos grupos eran punk, asi que me imagino que muy lejos no debo estar.
Man with Golden Helmet es un tema bastante atípico en un disco de estas características. Me recuerda vagamente a los Doors, y la incursión de una linea de piano bastante elaborada y la batería le dan un aire jazz bastante curioso.

Descent into the Maelstrom es una de las estrellas del disco: la calidad de las guitarras es muy apreciable en este tema, que se lucen descaradamente, pero sobre todo por la comunicación entre las dos guitarras y los solos (Hola MC5!).
Monday Morning Gunk cambia a un registro más suave, hay un riff post-estribillo de lo más estrambótico para mi, me suena a alguna tonadilla de juegos como el Tekken, o algo por el estilo. Manías...

Do The Pop es pegadiza y divertida, y es la canción culpable de que después de escuchar este disco tenga que escuchar los primeros discos de los Clash - y viceversa. Igual que la que viene otro tema después, Hand of Law (pensando en Brand New Cadillac), con uno de los bajos más guays de la historia y un cambio de tono al estribillo que es total Radio Birdman.
En medio de estas dos está Love Kills, la preciosa balada del disco. El piano sofisticado ha vuelto, y la voz más melódica de Younger también, en oposición a lo salvaje que es durante el resto del disco, para hacer justicia al canto de desamor de los austrayans.

New Race es la última canción del disco: un tema aceleradísimo, un riff apabullante y unos gritos de guerra que vuelven a recordar al Oi!, y en fin, "We are gonna punch you out!!".


Un discazo imprescindible de un grupazo cuya vida, desgraciadamente, fue demasiado corta, pero que sentaron las bases para que muchisimos grupos australianos tuvieran ganas y motivación para crear una pequeña escena, pequeña pero digna de tener en cuenta.

viernes, 6 de abril de 2012

Waddlin' around!

Dentro de la prolífica escena garagera de la última década, uno de los grupos que más me han interesado han sido King Khan & BBQ Show. Dos canadienses que, a pesar de haber tocado anteriormente en varios grupos de su Montreal de procedencia, acabaron asentando su base de operaciones en Alemania. Los caprichos del destino son inescrutables, y a pesar de lo exótico que puede parecer, teniendo en cuenta de dónde vienen y dónde estaba el epicentro de la "escena", fueron poco a poco consolidándose y alcanzando un relativamente importante reconocimiento dentro del mundillo.

Su primer disco fue King Khan and BBQ Show. Goner Records lo sacó en 2005, pero dos años después lo reeditó In The Red Records, y precisamente esta reedición y el bombo que se le dió en su momento hizo que los descubriera, ya que por entonces era una fiel seguidora de todo lo que saliera de esa casa.








Desde que suenan los primeros segundos de Love you So, en los que una ruidosísima batería y una jocosa pandereta abren paso a uno de los riffs más contagiosos de los ultimos años, sin exagerar, te puedes hacer idea del disco que tienes delante. Porque el patrón no varía mucho durante el resto de canciones: un set de temas verbeneros y jocosos, garage de lo más exquisito y una reminiscencia oldies de lo más efectiva, con desde doo woop y el rock and roll, como la clásica Waddlin' around, hasta los más descarados acercamientos al punk más sucio, en Fish Fight o la cabreada Hold Me Tight. En este momento es perceptible que King Khan y BBQ tienen algo que les hace diferentes, son electrizantes y estridentes, y aplican la misma fórmula de garage de siempre, pero hay algo en ellos que les hace especiales. Suenan frescos y jóvenes pero sólidos. Y funcionan.

Por supuesto, a mitad de la cara A aparece la balada Bimbo's Theme, en los que King Khan nos muestra su lado más sentimental, pero siendo fiel al espíritu del disco, con rabia y una voz de calidad discutible.

Outta My Mind es el tema perfecto. Está tan bien estructurado como complementadas las guitarras rítmica y melódica, aprovechando ambas para lucirse de modo especial. Es una maravilla, transmite perfectamente el odio que sufre el pobre King Khan, que se encarga de decirnos directamente durante el solo que su chica "ripped his heart". ¡Puro sentimiento!
Take me back recupera el ritmo jovial de los primeros temas, es un clásico y genuino tema de rock and roll.

En caso de que en este punto se nos baje el pulso, si es que es posible, Pig Pig sale al rescate como el tema más atronador y rápido del disco, dejando que volvamos a tragar saliva con la otra balada, Am I the One, una preciosidad de dos minutos doo wop en la que King Khan se olvida de la pandereta durante un momento.
Y es imposible llegar a aburrirse cuando, ya en el tramo final del disco aparece el tema más poppy y delicioso del disco, Got it Made, antes de despedirse con Lil' Girl in the Woods y Shake Real Low, que cierra el disco de la mejor manera posible: con un temazo que nos hace levantarnos del sillón, marcar el ritmo con el pie y cantar los coros mientras bailamos un poco de rock and roll!