Un día mi
primer novio, Roque, me trajo de Barcelona dos regalos: una camiseta de Love y el
Forever Changes. Y me dijo: Toma, tu próximo disco preferido.
Curiosamente, los
momentos que más he idealizado y tatuado en mi memoria, son aquellos que reflejan
la cotidianeidad del día a día. No soy capaz de memorizar de forma tan vívida
los grandes gestos, las expresiones grandilocuentes de amor o de amistad. Y por
eso tengo este recuerdo de hace doce años, cuando un día tan normal como
corriente, nos tiramos en el sofá a escuchar mi supuesto disco favorito del
futuro.
A estas alturas,
de hecho, ya conocía a Love bastante bien. Los descubrí en el recopilatorio de
los Nuggets, que nutrió mi biblioteca musical durante gran parte de mi
adolescencia, con 7 & 7 is, canción me voló la cabeza la primera vez que la
escuché. Desde entonces, había escuchado los primeros discos de Love y alguno
de los posteriores a Bryan Mac Lean, y por alguna razón o despiste me salté el
disco más popular de su carrera y uno de los más aclamados de la música
contemporánea (ese serpenteo no es raro en mi: si no hubiera crecido con los
Beatles y los hubiera descubierto más tarde, probablemente habría empezado con
Helter Skelter).
En todo caso, escuché
el disco por primera vez y no lo entendí. “¿Y estas orquestas?” “Oye, ¿esto no
te suena mariachi?” “Uff, la segunda canción es una pasada.” Me cuesta
reconocerlo ahora, pero la verdad es que no me gustó.
Hay varias formas
de enamorarse. Está el enamoramiento rápido, que
surge a primera vista y a base de un bombardeo en el que todo es muy intenso desde el
principio, abocado a salir o muy bien o muy mal; y el enamoramiento
cocinado a fuego lento, que evoluciona gradualmente, sin esperar absolutamente
nada más allá de una amistad en un primer momento, sin más expectaciones ni expectativas, pasando
paulatinamente a convertirse en algo más profundo. Como en “Cuando Harry Encontró
a Sally”.
Y, así, a fuego
lento, cociné mi amor por el Forever Changes. Sin darme cuenta me conquistó de
una forma implacable y se convirtió, efectivamente, en mi disco preferido. Es
cierto que no era tan macarra como los discos que acostumbraba a escuchar por
entonces, ni la voz de Arthur Lee era tan rasgada, tan genuina como en
Everybody’s Gotta Live. También es cierto que, aun teniendo en cuenta que tenía
unos gustos bastante eclécticos entonces, ineludiblemente se alejaba de todos
los canones de la música que escuchaba en esos momentos: nunca había disfrutado
especialmente de la guitarra clásica (salvo cuando la tocaba Steve Howe, ahí
si), ni siquiera me gustaban todos los temas. Pero, a pesar de haberlo puesto
una y otra vez durante tantos años, todavía escucho las canciones y descubro
matices nuevos. El Forever Changes cambió definitivamente mi forma de ver el
Rock y me abrió un nuevo mundo a nivel creativo, porque jamás habría pensado
que un disco así pudiera colarse en mitad de la carrera artística de un grupo
de Rock Psicodélico.
Love no es el
grupo más compacto de la historia del Rock: de hecho, los últimos discos son muy
buenos y hay momentos brillantes, pero no son, al contrario que los primeros,
redondos. Sorprende, al buscar una cohesión cronológica, que estos discos se
escribieran después del Forever Changes, porque a pesar de ese giro de 360
grados seguían siendo un grupo de rock psicodélico, quizá con una mayor
tendencia al blues rock, pero con una consistencia en cuanto a calidad menor que
en los años sesenta. Por otra parte, esos momentos brillantes eclipsan de una
forma tan apabullante el resto del material que merece la pena concederles esta
prerrogativa.
Una importante razón, es que después del Forever Changes, el único miembro de la formación original que quedaba era Arthur Lee. A saber qué habría sido de Love si Bryan Mac Lean no se hubiera ido…
Una importante razón, es que después del Forever Changes, el único miembro de la formación original que quedaba era Arthur Lee. A saber qué habría sido de Love si Bryan Mac Lean no se hubiera ido…
La anécdota: El guitarrista de The Everlasting First es Jimi
Hendrix, conocido admirador de Arthur Lee.
Cinco años más
tarde, mi grupo y mi camiseta preferidos eran los mismos, pero el novio no. De pura casualidad, el novio de entonces
me regaló otro disco de Love, el Blue Thumb Recordings, que todavía
sigue dando vueltas en mi coche. Le di las gracias, le sonreí, y, sin dar más
explicaciones, le reconocí que me había enamorado de él de la misma forma que me
enamoré en su momento del Forever Changes.