viernes, 22 de junio de 2012

Bruce Springsteen Madrid (17 jun 2012)

"We know what you guys go through to be there. Makes us work twice as hard." Steve van Zandt, 20/06/2012



La mayoría de nosotros hemos crecido oyendo batallitas sobre enormes, multitudinarios y míticos conciertos que han pasado a la historia del rock and roll. Revisitándolos en DVD, o incluso pegados a una pantalla de 15 pulgadas, hemos soñado con asistir a un Monterey, a un Woodstock, a un concierto de los New York Dolls en el CBGB... lo que fuera. Damos por hecho que ir a un concierto de rock hoy en día resulta algo "descafeinado", a pesar de que algunas reliquias del pasado sigan tocando con la mayor energía que puedan dar o hayan surgido nuevas bandas (revival, en su mayoría) de muy buena calidad. Hemos ganado en accesibilidad, pero no en autenticidad.

Pero ocurrió algo diferente el pasado 17 de junio de 2012. Bruce Springsteen y la E Street Band tocaban en Madrid, y por supuesto, ahí estábamos nosotros (concretamente, un día antes por la mañana, para tener una de las pulseras que nos permitirían ver el concierto desde la tercera fila)








Es alucinante ver la cantidad de gente que venía al concierto y quería hacerse con los mejores sitios. Lo más increíble era hablar con algunos que habían ido a veinticinco, a setenta, a ciento y pico conciertos, o habían seguido toda su gira europea. Al principio lo comentas con tus amigos: "uff, qué locura, eso ya es excesivo". Pero luego te das cuenta y eres consciente de que pocos artistas (quizá ninguno) pueden ofrecer la intensidad y la calidad que ofrece un concierto de Bruce Springsteen.

Después de horas y horas esperando, el único momento insufrible es la última media hora de espera: estar de pie, con muchísima gente alrededor a treinta grados y una sed terrible, no es nada comparado con la emoción de saber que de un momento a otro, aparecerá la banda por el escenario.

Y de repente, aparecen. Aunque hace dos minutos pareciera que no lo iban a hacer nunca. "Hello Madrid!", el público enloquece y suenan los primeros acordes de Badlands. Y apenas sin parar entre una canción y otra, suena No Surrender, una favorita para todos, y ya sabemos que esto no podía haber empezado mejor.
La dinámica de sus conciertos es siempre la misma: alternando canciones del nuevo disco con clásicos, unos más conocidos y otros menos, con la ya obligada presentación de la banda en My City Of Ruins, que en esta ocasión me pareció aun más emotiva que en el anterior concierto, recordando a los que ya no están (Clarence y a Federici)

"And you took my heart when you went away", ya entonces un escalofrío me recorrió todo el cuerpo. Si hay alguien que sepa emocionar, entretener, encantar e hipnotizar, es él.

Todos los conciertos de Bruce Springsteen tienen alguna sorpresa, algo diferente. Tiene un repertorio tan amplio que aunque no toque la canción que esperabas (ejem: Rosalita, Backstreets, Growin' up...), ningun setlist es igual a otro. Y en esta ocasión, se remontó a verdaderos forgotten oldies: nos quedamos a cuadros con Be True. Y con los descartes del Darkness on the Edge of Town: Spanish Eyes, una inesperada Because the Night - incluyendo un magnífico solo de Steven van Zandt - y... Talk to me.
Talk to Me fue una verdadera sorpresa, no sólo por ser una rareza sino por su acompañante en el escenario: Southside Johnny de los Asbury Jukes. Fue un momento terriblemente especial, con los dos actuando encima del escenario con una total camaradería de la que todos eramos partícipes, incluyendo una imitación de Barry White por parte de Bruce.

Madre mía, y lo que aun nos quedaba... Los temas del nuevo disco suenan cada vez más contundentes y mejoran con el tiempo, entre ellos Jack of All Trades, en el que tuvimos la oportunidad de ver un Santiago Bernabeu totalmente lleno e iluminando la enorme grada






Me resulta complicadísimo explicar que sentía en ese momento, al lado de mi hermano y de mi novio, todos mirando con caras de asombro y sin ser plenamente conscientes del gigante espectáculo que estábamos viendo.

Cuando ya han pasado dos horas y media de un concierto tan irrepetible y fuera de lo común por lo intenso y apasionado, estás acostumbrado a que por entonces ya haya acabado o esté a punto de acabar, no esperas que se siga manteniendo el nivel. Para un ser humano, resulta casi imposible imaginarlo, aunque, conociendo como funciona el patrón, sepas que aun falta que se enciendan las luces y empiecen los bises.
Pero en ese momento suena una armónica. The River no podía ser porque ya la había tocado. ¿The promised land? En esos diez segundos nos dio tiempo a especular, y la respuesta no podía ser mejor: Thunder Road, una versión tremendamente magnética y espectacular que todos estábamos esperando, es la que siempre esperas que toque pero no siempre cae. Y a nosotros nos cayó. Por entonces sabíamos ya que este concierto iba a ser mítico, que iba a cambiarnos la vida de alguna manera, que probablemente nunca volveríamos a tener el privilegio de acudir a un evento como este.

Habíamos bailado y nos habíamos divertido como nunca con Seven Nights to Rock, Twist and Shout o Talk to Me, nos habíamos emocionado con The River, que es siempre infalible, Thunder Road o una explosiva She's The One, nos habíamos emocionado con el homenaje a Clarence en Tenth Avenue Freeze Out, y le dimos el absoluto voto de confianza a su sucesor, su sobrino Jake, a quien ya le dediqué mi propia oda de devoción en mi anterior entrada. No es que hubiera sido un concierto completo, es que había rebasado todas nuestras expectativas. Ni el factor edad, ni que tardara media hora en llegar, ni la ausencia de Clarence fue un impedimento para alcanzar la perfección. Acostumbrados a pensar en los músicos de hoy en día como víboras que sólo piensan en ganar más y más dinero, cualquier propósito de trabajar más de lo exigido y dar el cien por cien de su potencial es visto como una auténtica rareza. Y ahí estábamos, ante una banda que nos estaba ofreciendo el concierto más largo de su historia.




"Ya esto no es lo que era", lo dicen nuestros padres, lo decimos nosotros que nos tenemos que conformar con el sonido de los altavoces de nuestros portatiles y una pantalla completa pixelada, lo dicen los propios músicos. Y sabemos que nunca vamos a poder revivir una gira Born in the USA en 1978, ni a Clarence Clemons, Danny Federici o a Keith Moon, pero, mientras haya aun músicos comprometidos, inagotables, y capaces de mover a las masas tal y como hace Bruce Springsteen y su E Street Band, tendremos suficiente.