Durante mi época
universitaria viví en una residencia en la que mataba mi tiempo libre y mi
exceso de energía en el gimnasio. Era un zulo improvisado con dos máquinas de
correr, dos bicis y un par de sets de pesas en un bajo sin ventanas. Durante
cincuenta minutos desafiaba a la Ana del día anterior y escuchaba música en mi
viejo iPod de 8 gigabytes a todo volumen.
Fue en esa época
en la que descubrí a Gentleman Jesse, a Reigning Sound, Jay Reatard, The
Oblivions, The Strange Boys y a los Black Lips entre otros: música reciente que
me daba esperanzas en que el Rock seguía vivo y que, después del disgusto de
haberme quedado sin ver a Love y a Arthur Lee en Málaga justo antes de morir, aún
podría disfrutar de ver algún concierto de gente joven, capaz, y con energía.
Recuerdo haber
visto la portada del primer disco de Gentleman Jesse en un blog y que se me
viniera a la mente el This Year’s Model de Elvis Costello. No sé ni siquiera si
leí la reseña, pero el habérseme cruzado Costello por la cabeza fue
determinante para hacerme con el disco enseguida.
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No fue el destino ni había que ser un genio para
encontrar el paralelismo entre ambas portadas: la de Jesse es un calco de la de
Costello
Y varios días a
la semana escuchaba el disco de Gentleman Jesse de principio a fin en mi
máquina de correr. No es que fuera mi actividad preferida ni de lejos, pero era
lo único que una estudiante de veintidós años podía permitirse: correr en un
zulo sin ventanas.
En esos cincuenta
minutos había días que escuchaba el disco y reflexionaba sobre cualquier
preocupación de veinteañera que me rondara por la cabeza, que en esa época eran
de este estilo: el no saber si estaba estudiando lo que quería, la oscura
perspectiva laboral que teníamos los que entrábamos en el mercado en
plena crisis económica, mi relación del momento… Todos mis pensamientos estaban
regados de una incertidumbre y una inseguridad que, a pesar de todo, a esa
edad, me veía absolutamente capaz de afrontar. Otros días que me sentía
especialmente furiosa, o intensa, enchufaba el Blood Visions de Jay Reatard y
directamente ponía mi mente en blanco. Esa descarga de adrenalina era necesaria
y, reconozco que Memphis y Atlanta jugaron un papel clave en mis últimos años
de carrera.
Unos ocho años
después, ayer, sábado 20 de octubre de 2018, me encuentro ante la máquina de
correr de nuevo. Esta vez parece que he evolucionado: estoy en un gimnasio de
alto standing (comparado con el zulo) con vistas a mi ciudad, y con un móvil
bastante decente con el que puedo escuchar música.
Por un simple twist of fate, me encuentro en mi
lista de reproducción el Leaving Atlanta de Gentleman Jesse and His Men, de
2012. Como siempre yo tan práctica, recuerdo que según lo lanzaron compré el
vinilo (sin tocadiscos a mano, esperando a llegar a casa de mis padres a 1.500
kilómetros para escucharlo tranquilamente), que venía con una clave de internet
para descargarlo. Me valía así.
En el primer
disco (Gentleman Jesse and His Men, 2008), la mayor parte de las canciones
invitan a fiesta y hablan de chicas, las líneas de guitarra se persiguen
alegremente y los estribillos son contundentes ejemplos de power-pop. Sólo
puedes pensar en la cantidad de veces que habrán escuchado a Paul Collins y a
Nick Lowe tirados en un viejo sofá de un garage.
Pero en Leaving
Atlanta algo cambia. Este nuevo proyecto de primeras suena más nítido (y no es
solo porque mi móvil suene mejor que mi viejo ipod), y mediante las letras se
detectan fácilmente la ira y el abatimiento. Definitivamente, es un disco más
maduro - si bien se mantiene la espontaneidad y la frescura del primer disco
“¡Hey! ¡Seguimos haciendo Power Pop!”, Gentleman Jesse ha evolucionado y esperan
que nosotros lo hagamos con ellos, y abren paso a una dimensión distinta
conservando su esencia. Aun así, recuerdo sentir cierta confusión al escucharlo
por primera vez, y a pesar de ello, me enganchó al instante.
Así que ahora
estoy yo, la Ana del presente, en mi sofisticada máquina de correr con
televisión incluida y mi iphone de última generación, escuchando el segundo
disco de mis queridos Gentleman Jesse.
Según empiezo a dar mis primeros pasos soy consciente del deja vu y sonrío, mientras sigo avanzando hacia la nada que me ofrece esa cinta que se mueve incesantemente a nueve kilómetros por hora. ¿Cuántos años llevaré sin escuchar este disco? Deben ser varios, porque según suenan los primeros acordes de Eat You Alive siento esa extraña excitación que evoca el recordar una situación remota pero perfectamente reconocible, algo así como cruzarte en la calle con alguien que lleva ese perfume que rememora un momento determinado, algo especial.
Según empiezo a dar mis primeros pasos soy consciente del deja vu y sonrío, mientras sigo avanzando hacia la nada que me ofrece esa cinta que se mueve incesantemente a nueve kilómetros por hora. ¿Cuántos años llevaré sin escuchar este disco? Deben ser varios, porque según suenan los primeros acordes de Eat You Alive siento esa extraña excitación que evoca el recordar una situación remota pero perfectamente reconocible, algo así como cruzarte en la calle con alguien que lleva ese perfume que rememora un momento determinado, algo especial.
Según pasan las
canciones, voy sintiéndome parte de Jesse y sus chicos al verme reflejada en el
abatimiento que una ciudad puede causarte, en las circunstancias que hacen que
durante una larga temporada te acomodes en la desidia generada por el
aburrimiento del día a día, la falta de motivación o de actividad, o, quizá
simplemente por giros del destino que, a priori, parece que van en dirección
contraria a aquellos objetivos por los que has estado trabajando día a día
todos estos años. Y por un momento me retrotraigo a 2010 y vuelvo a tener
veintidós años.
Y sigo corriendo
en mi máquina con dirección a ninguna parte. Y pensando en escribir esto según
llegue a casa, y en lo absurdo que me parece que después de seis años sin
publicar en mi blog, la primera reseña sea sobre el gimnasio. Y en si dentro de
ocho años, volveré a encontrarme con Gentleman Jesse y mi estilo de vida será
aún más sofisticado, pero la incertidumbre seguirá ahí. Y, finalmente, acabo
llegando a la conclusión de que lo que verdaderamente echo de menos, y lo que
necesito, es escribir para expresarme. Perder unas horas decidiendo cómo
contar algo. Por muy banal que sea el tema.
Como correr.
Aqui la Ana de veintidós años con "His Men", la otra mitad de Gentleman Jesse. ¿Y Jesse? Sacando la foto